Memoria
- La Seño de Inglé
- 14 jul 2018
- 5 Min. de lectura
Barú es África, así como el 10,62% de los colombianos que son afro, y aunque ya han pasado cientos de años desde que llegaron los primeros de africanos a esta tierra, y en esos años mucho mestizaje, las comunidades negras se identifican profundamente con África, incluso a veces más que con el resto de Colombia.
Barú tiene una injerencia muy fuerte del turismo y de la clase alta colombiana, propietarios de muchas tierras de la isla. Esta injerencia es tanto positiva, pues trae alto ingreso todo el año, es delo que se sustenta la gran mayoría de baruleros, pero también negativa pues es una continuidad de muchos, muchísimos años de exclusión y de dominación blanca, pero en nuevas dinámicas. Dinámicas como la propiedad de tierra, fincas y mansiones alrededor del pueblo Barú que fueron vendiendo y perdiendo los nativos, que hoy habitan, no como propietarios, sino como cuidanderos, mayordomos, cocineras, jardineros, de sus patrones blancos. Dominación también por un turismo impositivo, mayoritariamente americano, con poca o nula sensibilidad social que ignora la cultura a la que llega e impone un estilo de hospedaje, de servicio, de uso y abuso del territorio y ecosistemas irresponsablemente.
Los turistas: blancos, los dueños de los hoteles y las casonas: blancos, los millonarios: blancos, y, por tanto, el anhelo es ser blanco, usar ropa de marca que usan los blancos, y soñar algún día ser como los patrones, a quienes veneran y sirven, pero también envidian y resisten.
“Ya mi papá me compró la camiseta nai, pá estrenar en las fiestas de mayo”; “yo ya le dije a mi papá que quería la cuiksilve”; “yo quiero los tenis de adidas bacanos pa vacila’los”; “el patrón de mi mamá le regaló unas camisetas para mí, nuevecitas”, los escuché después de clase charlando detrás de la sala de profesores a unos pelados de noveno. “Seño, ¿sus tenis son originales?”, me han preguntado unas diez veces. Se apodan con marcas y lo escriben en los pupitres; “Anyelo Underarmour”, “Yeison Adidas”, “John Naiker”, y él, de 7b así se llama. “Seño, ¿qué significa yost du it?”, me preguntó Anyelo una vez, me demoré un poco en entender que era el slogan de Nike y decidí dar toda una clase de slogans de marcas para trabajar en el vocabulario.
Los baruleros reconocen, no todos, que son negros, pero su ideal, a veces consciente y a veces inconsciente, es ser blanco. Esta influencia del turismo ha alterado de su identidad y memoria profundamente.
Fe y Alegría, la fundación que administra el colegio, desde hace cinco años está apostándole a la recuperación de la memoria barulera para fortalecer así su sentido de identidad y con ello la protección de su territorio y comunidad. Una de las fuertes iniciativas para lograrlo es la celebración del siete de junio: Día de la Memoria Barulera.
En el siglo XIX Barú era una gran hacienda propiedad del español Manuel Vicente Gómez Brevia y su familia. A ellos le servían esclavos negros que vivían a los alrededores del territoriocultivando y trabajando la tierra. El siete de junio de 1851, cinco esclavos; José Liberito Barrios, Pilar Cortez, Francisco Gómez, José Higinio Villalobos, José Antonio Medrano, en representación de las cinco familias de la “vecindad de Barú”, recogieron 1200 pesos para comprarle a título colectivo, la tierra a Manuel Gómez, proporcionándole un carácter de propiedad colectiva y de bien común.
En ese título colectivo, que leímos los profesores con nuestros estudiantes de dirección de grupo el seis de junio preparándolos para el evento del día siguiente, dice que “las enunciadas tierras en ningún tiempo puedan pasar a ser propiedad particular, ni patrimonio de ninguna persona ni familia, ni que por el transcurso de los siglos que pudiera consumir totalmente la población del vecindario de Barú́ aun en jeneraciones futuras, puedan considerarse las referidas tierras como bienes mostrencos i por tanto recaer su propiedad en el gobierno” (A.H.C. Notaria Primera de Cartagena, 1851, Protocolo, 97. Tomo 1.). Este es, entre otras cosas, el primer título colectivo de Colombia.
Esa vocación e intención de colectividad, desafortunadamente, se ha perdido entre tanta cosa que viene y va en esta isla. Pero es esa colectividad, que tanto anhelaban sus ancestros, que queremos rescatar a través de este ejercicio de memoria.
Los preparativos para el siete de junio estuvieron a cargo del equipo de Orientación; la psicóloga del colegio, de Tunja y la trabajadora social, de María la Baja. Hubo roces y desacuerdos entre el cuerpo docente barulero y Orientación pues estos primeros sentían, una mezcla de inconformismo porque eran personas ajenas a la comunidad las que lo estaban organizando y envidia porque no eran ellos los que tenían la iniciativa de organizarlo. El liderazgo barulero, desafortunadamente, es débil y poco presente. Son contados los miembros del consejo comunitario que no están incolucrados en otros negocios e intereses y velen relamente por el bienestar y protección de su comunidad y cultura.
El siete de junio nos despertamos a las 4am y nos encontramos frente al colegio los profes y un grupo de unos doscientos estudiantes y algunos padres de familia, con faroles de botellas plásticas reciclas iluminados con velas. Empezó así Alborada con tambores y gaitas recorriendo el pueblo y se nos iban uniendo personas de la comunidad mientras pasábamos por sus casas. Aunque este fue el quinto ñao en celebrarse, aun no tenía la convocatoria esperada. Reconstruir memoria y tradición toma tiempo. Vimos el amanecer mientras caminábamos. Fue muy mágico.
De regreso al colegio comimos peto y volvimos a nuestras casas para a las diez de la mañana encontrarnos de nuevo en la casa de la cultura donde hicimos un homenaje a los sabedores, más de setentaabuelos que habían sido invitados a hablar de Barú y de su historia. , Hubo un conversatorio, una muestra de música a cargo del legendario músico barulero, Zapato. Comieron dulces típicos, cocadas, dulces de mamón, de tamarindo y de mango. Los sabedores estaban arreglados, con perfume, peinados y las abuelas maquilladas.
No podía faltar huna presentación de baile a cargo del grupo de danza del colegio. Yo, por repetida pero claramente no suplicada petición de los pelados, hice parte, a mucho honor, de esta presentación. Bailamos Mapalé, Merecumbé y Champeta. Llevaba ya tres semanas practicando con ellos por las noches en el colegio, descalza al son de los tambores y bajo la dirección de Carlo’, mejor conocido como Catalaya, un Santanero joven becado en Bellas Artes dedicado a la danza y a todos los festivales y competencias existentes de la región.
Nos tocaba presentarnos después del conversatorio. Era con vestuario que habían mandado a Cartagena y maquillaje y todo. Yo, la seño de inglés, me sentía otra vez de 15 años nerviosa con mis peladas mientras esperábamos para bailar frente a los abuelos, descalzas en tierra con piedritas y huecos. Compartir con ellos ese espacio es indescriptible. Desde que empecé a practicar con ellos, me ven distinto, “esta es la seño que baila” me presentan a sus mamás, y así me conocen en el pueblo. Me sienten más cercanos a mí, y yo a ellos, hablamos el mismo idioma sin verbalizarlo,confían más en mí y me tienen más empatía, que ha sido tan difícil de generar con muchos, por ser blanca, cachaca y mujer. Bailar con ellos me hacía sentir negra y en el lugar indicado.
Estoy construyendo memoria con ellos y pintando la mía de negro.
Mariana Sanz de Santamaría
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