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Identidad

  • Foto del escritor: La Seño de Inglé
    La Seño de Inglé
  • 14 jul 2018
  • 5 Min. de lectura

Muy suertuda yo que décimo grado, mi dirección de grupo, mi “Equipo 10” de apenitas cincuenta y ocho estudiantes, fue invitado a un taller de fortalecimiento de identidad y de comunidad liderado por algunos líderes de los concejos comunitarios de Islas del Rosario, Palenque y Barú. El taller se dividía en tres sesiones.


La primera fue en la biblioteca del colegio. Llegaron cuatro talleristas: un palenquero, Gandi, una de las islas, Eika, y dos cartageneros que no recuerdo sus nombres.  Guiaron el taller a reflexiones sobre quiénes son, qué significa ser afro, qué es reivindicación, qué es una consulta previa, qué es una acción positiva, qué es la Ley 70 y los derechos de las comunidades afros, qué es de los baruleros, qué significan los hoteles en el territorio, qué es proteger el territorio y qué es una lucha social… y a mí se salía la abogada constitucionalista que me considero por los poros y un deseo efervescente de liderar yo un taller que no era mío, por lo que me tuve que contener y escuchar.


El segundo taller fue en las Islas de Rosario, donde aprendimos – tanto ellos como yo pues asumí con mucho juicio mi rol como estudiante en estos talleres- todo el proceso de titulación de la tierra de la comunidad Orika de Isla Grande. Proceso contra el Estado que había declarado las tierras de Isla Grande, donde habitaba hacía cientos de años la comunidad Orika, como tierra baldía, propiedad del Estado. Después de años de luchas en las que la comunidad estaba en una injusta desventaja por su desconocimiento de sus derechos y de la ley, y gracias a un impulso invaluable de DeJustica, organización que admiro, lograron -solo hasta el 2015- recibir su titulación y con esta su reconocimiento como comunidad afro y los derechos que ello implica.


Conocimos las iniciativas de los nativos de hacer sus propios eco hoteles, de no vender su tierra y apropiarse y cuidarla después de muchos años de haber caído en manos de blancos con ofertas atractivas, quienes terminaron poblando su tierra con casas privadas, hoteles y limitando el acceso a sus propias playas. Fue un gran taller que terminó con un chapuzón en la playa y con mis pelaos empujándome del muelle al mar. “Seño, nosotros también tenemos los derechos que tienen los de Orika, ¿verdá? Como eso de la consulta y eso, ¿no?” me preguntó Yorimbet, estudiante estrella, crítica y absolutamente divina. “Sí, claro que los tienen”, le dije, “Pero, seño, entonces, ¿por qué en el pueblo ahora construyeron ese hotelote? a mí no me consultaron, ni a mi familiay eso ahora se va a llená de gringo”. Se refería al hotel Las Islas, de Jeanclaud Bessudo. No supe qué responderle.


El tercer taller fue en San Basilio de Palenque, a cuarenta minutos de Cartagena. Un pueblo sin pavimentar, caliente, árido, y que tiene vía de acceso y acueducto hace relativamente poco tiempo. “menino até Palenque, kombileza mi, kumo boa tá?”, nos recibieron los dos guías con sus batas de diseños africanos y gorros. Palenque tiene una historia fascinante. Hace más de doscientos años que esclavos cimarrones, entre ellos Benko Biohó,escaparon de las ciudades- como Cartagena- en busca de libertad y se asentaron como comunidades fortificadas –o palenques- por toda la región Caribe. Este pueblo es el único que hoy así continúa. Es el primer pueblo libre de América, un rincón de África fuera de África, hablan su propio idioma y se refieren los unos a los otros como “familia”. Se consideran africanos, tanto que cuando mueren celebran que ese espíritu volverá a África y cuando nacen, hacen un ritual de sollozos pues nació un esclavo más, aunque ya no sea esa su realidad.

El colegio de Palenque es pionero en la etnoeducación que ha intentado fuertemente impulsar el Ministerio de Educación para fortalecer la cultura y la diversidad de nuestro país plurinacional. Los salones están decorados con pinturas de afros y frases de identidad, de resistencia, de libertad. “Y ustedes de dónde vienen?” nos preguntaron los estudiantes palenqueros, “de la isla Barú”, “¿y ahí también tocan tambores?” nos preguntaron, como reafirmando el común color de piel. Claro que los tocan.


En su plaza hay una iglesia, “pero acá nadie es enverdá católico, ni nadien entra ahí a rezá, eso está ahí porqué se ve bonita y cuando queremos que llueva sacamos a esos santos de ahí pá que llamen al agua”, nos contaba el guía Nuno Bembelé, “nosotros creemos en nuestros dioses africanos, pero ni sabemos bien cuál es el nombre de nuestra religión”. Fue tal la persecución pagana y la imposición católica que aún están reconstruyendo sus creencias, que son hoy más un sincretismo con la católica que cualquier otra cosa. Sincretismo que también vive Barú, pero del cuál no es tan consciente aún.


Palenque es la cuna Kid Pambelé, el más grande campeón de boxeo de Colombia. También de la cocada, del Bullarengue, del Son Palanquero, del Mapalé, y de tantas otras cosas tan invaluables que la UNESCO se lo pilló y, en el 2005, lo declaró como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Esa declaración le ha inyectado recursos importantes a Palenque. Recursos que se ven en su casa de la cultura que tiene un estudio de grabación audivisual, en un esfuerzo visible por cuidar lo suyo, en los grafitis que decoran las casas con mensajes de identidad, de africandad, escritos en su propia lengua, en el grupo de rap palanquero Kombileza Mi (mis amigos) y en el festival de tambores de Agostoque, dicen, es insuperable. Realmente hablar de Palenque amerita una crónica o dos, así como una extensa visita.


Estos tres talleres significaron un montón para mi equipo 10. Como cierre de estos les hice un ejercicio de reflexión en el que debían pensar qué de lo que aprendieron de las Islas y de Palenque podrían aplicarlo a Barú y escribieron cosas como “Palenque es un pueblo que no vende su territorio” y “En la Islas … aprendimos que nosotros al igual que ellos podemos crear nuestros mismos proyectos, así como ellos tienen sus propios hoteles” - y reiterativamente traen a colación cosas que aprendieron de esas salidas y cuestionamientos de porqué ellos no son tan orgullosos de su historia e identidad.


El último viernes de mayo, mes de la afrocolombianidad , el colegio decidió celebrar con un evento en la Bonga, el árbol más viejo de Barú, donde hay un parquecito y unas casas de madera antiguas a su alrededor. Todos los cursos, de presescolar a once,debían representar una ciudad Caribe afro, su comida típica y hacer una presentación de su baile típico. Cada director de curso se rebuscó entre las madres de familia, material reciclado, y pancartas cómo hacer los vestuarios, algunos con costales, otros con ropa enmendada, conseguir las comidas para poner en sus mesas y pintar las pancartas. Practicaban con sus pelados por las noches en el colegio el baile típico para presentarse frente a la comunidad.

A décimo nos tocó, coincidencialmente, representar a San Basilio de Palenque, y bailamos con mis peladas el Bullerengue con faldas que nos íbamos prestando entre todos los cursos mientras iban pasando las presentaciones. Organizamos nuestra mesa con una cartelera en la que pinté un Benko Biohó y algunas frases que aprendimos en lengua palenquera y expusimos una bandeja de cocadas y caballitos que habíamos comprado en Palenque.

Ningún curso representó Barú.

Mariana Sanz de Santamaría

 
 
 

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